Zeitgeist 2010

Después de un curso escuchando hablar del Zeitgeist y del Dasein de Heiddeger, creo que no tengo una mejor forma de desearos un feliz año que con este vídeo-resumen de los genios de google. Lo dicho: ¡Feliz 2011!

La ilusión y el asombro ante el lenguaje



Me ha parecido muy interesante leer el "Breve Tratado de la Ilusión", escrito por Julián Marías. He pensado que reflexionar un poco sobre la palabra "ilusión" puede ser una buena forma de empezar el año 2011. Además, he encontrado una excusa para hablar del asombro que provoca en mi la existencia del lenguaje.

Para empezar, el autor revela que la palabra ilusión, presente en numerosas lenguas, tiene un significado privado de la lengua española que supone el entendimiento de una realidad más amplia que aquella a la que pone nombre esta misma palabra en otras lenguas. Esto es muy interesante porque, como explica Julián Marías, la realidad es comprendida por el ser humano a través del lenguaje. Esto explica que la inexistencia de palabras en nuestra lengua limite nuestro entendimiento.

Tenía esta idea en la cabeza ayer mientras leía la novela de George Orwell, 1984. En la novela en cuestión la acción se sitúa en un Estado totalitario que busca asegurar la conservación del poder a cualquier precio. Algo que leí ayer en esta novela en relación con el lenguaje me resultó interesante. El gobierno totalitario del que habla la novela considera inteligentemente la necesidad de crear una "neolengua" que consiste en simplificar la ya existente.

"¿No ves que la finalidad de la neolengua es limitar el alcance del pensamiento, estrechar el radio de acción de la mente? (...) Cada año habrá menos palabras y el radio de acción de la conciencia será cada vez más pequeño. (...) Todo el clima del pensamiento será distinto. En realidad, no habrá pensamiento en el sentido en que ahora lo entendemos. La ortodoxia significa no pensar, no necesitar el pensamiento. Nuestra ortodoxia es la inconsciencia."

Dejando esto aparte, vuelvo a hablar de la palabra "ilusión" con la intención de profundizar solo un poco en su significado. En las lenguas románicas, la palabra ilusión es una voz reciente que adquiere un significado cercano al de mentira o engaño. La ilusión se da "cuando nos representan una cosa en apariencia diferente de lo que es". De este significado se derivan palabras como "iluso" o "ilusorio", que mantienen su significado negativo.

La lengua viva varía continuamente no sólo con la adopción de nuevas palabras sino también con el enriquecimiento semántico de cada una. En el caso del sustantivo "ilusión", la progresiva variación de su significado se manifiesta en los versos de Espronceda, al que Julián Marías atribuye el descubrimiento del nuevo sentido de la palabra ilusión diferenciando su acepción al del resto de lenguas románicas. De esta forma, puede decirse que desde el Romanticismo, los españoles son los únicos capaces de vivir ilusionados, entendida la ilusión en sentido positivo, gracias a la revolución semántica sufrida por esta voz.

La palabra ilusión, en su desarrollo semántico, contempla la necesaria proyección del hombre en el futuro al mismo tiempo que se nutre de su pasado. La ilusión es inagotable, persiste una vez alcanzado el objeto de la ilusión. No es una realidad instantánea como pueden ser la alegría o el placer, porque no deja de darse. Se da en una realidad emergente resultante de que el mundo no está dado. Darlo todo por dado o visto, puede llevar a una carencia de ilusión.
Estas son algunas de las realidades que recoge este concepto. Es sólo un bosquejo pobre del apasionante significado de la palabra ilusión que no soy capaz de resumir en pocas líneas. Os aconsejo que leaís el breve tratado de Julian Marías que nos hace maravillarnos de cómo una palabra puede recoger con cocreción una realidad compleja. Por último, no me olvido de desearos que empecéis un nuevo año lleno de ILUSIÓN.




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Anuncios navideños

En esta época en la que no sé si vemos más la tele o ponen más anuncios merece la pena resaltar algunos que recogen parte del espíritu navideño y nos llenan de esperanza. El primero es el de Iberia y ¡la Zambomba!



El segundo es el nuevo anuncio de Nike... desconcertante, pero esperanzador. Si alguien ha conseguido descifrarlo, que lo comunique a +68:

Es malo sufrir, pero es bueno haber sufrido

(por Andrés Trapiello, por el que siento una terrible debilidad lectora)
 



Es malo sufrir, es bueno haber sufrido. Es una de las frases más bellas y más verdaderas que se hayan escrito nunca. Si uno fuese un caballero de la Tabla Redonda la haría poner en el escudo para consuelo propio, y la pasearía por el mundo, desde Escocia a Tierra Santa, para admiración y edificación de los pobres hombres. En realidad la escribió San Agustín, aunque la reescribió Nietzsche. Los que sufren suelen siempre hablar de lo mismo y casi siempre con las mismas palabras, por eso pueden dos personas tan diferentes como ellos haber concebido algo tan parecido. La frase de san Agustín decía:”Es malo sufrir, pero es bueno haber sufrido”, y la de Nietzsche:”Todo lo que no acaba conmigo me hace más fuerte”. 

La idea de que los hombres nos hacemos mejores en las adversidades no sólo es antigua, sino muy cierta, pero hay que tener presente siempre que si algo es relativo es la propia naturaleza de la adversidad. ¿No habéis visto llorar a un niño, con cuánto desconsuelo, porqué no alcanza a realizar una pequeña cosa? Cuando era muchacho recuerdo aquellos días de los exámenes finales o de reválida. Da un poco de vergüenza recordar como toda adversidad unos exámenes finales, pero uno ha llevado siempre una vida absurda y sin brillo. Vivía entonces en una inquietud perpetua, en un desasosiego improductivo, dedicándole al estudio doce o catorce horas diarias, de una intensidad sublime y patética, como si en cada tema o lección pusiéramos la pasión de un actor secundario al que le dan la oportunidad de interpretar el monólogo de Hamlet. Un día, camino de uno de aquellos pavorosos ejercicios, recuerdo que iba observando el rostro de la gente con la que me cruzaba, y pensaba: ninguno de todos éstos conoce ni sospecha mi angustia, todos son ajenos a mi sufrimiento y mi inquietud. Entonces consideraba, para sosegarme, que mi dolor no podía ser tan importante puesto que le era ajeno a todos. Cuando salía del examen en mí se había producido ya un cambio sensible puesto que para entonces ya conocía si me había salido mal o bien, pero la gente seguia en aquel punto anterior, de indiferencia y distancia. 

Volví a experimentar algo parecido hace uno o dos años, una tarde, al volver de la consulta de un médico. Llevaba en la mano un sobre grande, de color marrón, con la ecografía que acababan de hacerme. El ecógrafo, con ese tacto tan fino que caracteriza a algunos médicos, no me había dicho nada, si estaba sano o si me iba a morir en tres o cuatro meses. Me había dicho sólo:"Ya se lo dirá su médico”. Allí estaba yo, en el metro, camino de mi casa, aniquilado, con aquel sobre en el que no podía leer nada, desentrañando el sentido de aquella frase desoladora y brutal, mirando a la gente, que, indiferente a mi congoja, estaba pendiente sólo de la estación a la que íbamos llegando, para salir huyendo. Fue cuando empecé a suponer que quizá todo el mundo llevara en ese momento una radiografía o algún fatal diagnóstico en la cartera que les impedía atender a mi dolor, o que marchaban hacia exámenes de verdad, no como aquellos míos de la juventud, sino hacia humillaciones dolorosas, o vidas sin esperanza, o amores irreparablemente rotos en guaridas inhóspitas, en habitáculos sofocantes. 

Ha pasado el tiempo. No creo que la adversidad le haya hecho a uno mejor ni más fuerte. Quizá sí o quizá no. Quién sabe esas cosas y, sobre todo, ¿para qué serviría saberlas? A veces, no obstante, en un vagón de metro, en el autobús, al cruzar una calle, en la barra de un bar, tropiezan dos miradas llenas de angustia. Pero cosa curiosa: la suma de adversidades produce a veces un misterioso coraje, casi alegre y terrible, el que nos lleva a seguir viviendo, a no pensar en el dolor, a imaginar que nada acabará con esa fe que sólo pone uno al empezar de cero.