Esto lo arreglamos entre todos

Me encanta la campaña: Esto lo arreglamos entre todos, pero aun así me ha parecido muy interesante el artículo de Juan Manuel de Prada con el que no suelo estar muy de acuerdo.

Dicen que al mal tiempo hay que ponerle buena cara; sólo que algunos se la ponen tan requetebuena que la cara se les convierte en jeta, y no precisamente blanda. Así, por ejemplo, la secretaria general de empleo, Maravillas Rojo, que tiene un nombre que es un oxímoron y un cargo que es una paradoja (o un sarcasmo), se despachaba hace unos días con unas declaraciones de un feminismo naïve la mar de simpático. Observaba la buena de Maravillas que la crisis económica, entre tantas calamidades, nos «ha conducido a un mayor equilibrio» en el paro entre hombres y mujeres; o sea, que el paro se está cebando, al parecer, con mayor voracidad entre los machos, de tal modo que, a medida que la crisis se agudiza, se roza la paridad perfecta, que es la de hombres y mujeres igualados en la miseria.

Esta entrañable Maravillas es la misma que, cuando la crisis empezaba a trabajar en pro de la igualdad en la miseria entre hombres y mujeres, propuso que los parados aficionados al alpinismo se especializasen en la limpieza de fachadas de edificios; ocurrencia que, amén de una burla impía, puede considerarse un rasgo de humorismo negro, pues a un parado con afición al alpinismo, antes que limpiando fachadas de un edificio, nos lo imaginamos, azuzado por la desesperación, arrojándose por un barranco. Dicen también (los mismos que proponen poner buena cara al mal tiempo) que quien no se consuela es porque no quiere. Y, desde luego, las mujeres en paro pueden consolarse con esta última (o penúltima) perla evacuada por la buena de Maravillas, como se consolaba aquel sabio «pobre y mísero» que se sustentaba de las yerbas que recogía, según nos cuenta Calderón de la Barca en La vida es sueño; y que, mientras se preguntaba si habría otro más pobre y triste que él, halló la respuesta «viendo / que iba otro sabio cogiendo / las hierbas que él arrojó».

Consuelo cetrino y desgraciado, ciertamente, el que necesita saber de un infortunio mayor para hacer el suyo llevadero; pero consuelo, a fin de cuentas. Y, por si las mujeres en paro no se consolasen de su miseria tras comprobar que los hombres son más míseros aún, por si aún la promesa de una paridad inminente en la miseria no las aliviase de su infortunio, tenemos a los cachondos de la Fundación Confianza dispuestos a espantarnos los fantasmas del pesimismo, siguiendo aquella consigna de la propaganda oficial que establece que la crisis es un «estado de ánimo». Y para cambiar nuestro estado de ánimo, o por evitar que nuestro estado de ánimo les amargue los dividendos a las empresas que los sufragan, los cachondos de la Fundación Confianza han hecho una redada de progres famosillos con los que han montado una campaña publicitaria en la que, con desahogo y desparpajo, lanzan a los hombres y mujeres igualados en la miseria el nuevo mantra de moda: «Esto lo arreglamos entre todos». Socarronería la mar de simpática en la que se nos escamotea el origen de «esto», que no fue causado «entre todos», sino sólo «entre unos cuantos»; y ahora esos cuantos se hacen los longuis y, para resolver el desaguisado que ellos mismos causaron, convocan a los míseros que padecen sus consecuencias.
Lo cual es tanto como si una panda de gamberros entraran en nuestra casa, se zamparan pantagruélicamente los víveres de la despensa arrojando al suelo los envoltorios, y, sorprendidos in fraganti en las postrimerías de su pitanza, nos dijeran sin rebozo, mientras eructan complacidos y se palmean la barriga: «Esto lo limpiamos entre todos». O sea, que hombres y mujeres igualados en la miseria tienen encima que arreglar el destrozo que causaron los zampones que los dejaron sin comida. Este plan tan simpático para salir de la crisis, consistente en pedir que «entre todos» arreglemos lo que causaron «unos cuantos» (¡que, además, son los mismos que nos lo piden!), los clásicos lo habrían resumido con una sentencia menos merengosa que el mantra de moda; pero que, en esencia, viene a decir lo mismo: «Tras de cornudo, apaleado». Sólo que, cuando escribían los clásicos, los cornudos y apaleados eran siempre varones iracundos y sedientos de venganza que acababan limpiando su honor con la espada. En esta época sin clásicos, a los cornudos y apaleados se les pide que se la envainen, cambien de estado de ánimo y pongan al mal tiempo buena cara. Y, además, los cornudos y apaleados se distribuyen hoy paritariamente entre ambos sexos. ¡Para algo había de servir el Ministerio de Igualdad!