Es malo sufrir, es bueno haber sufrido. Es una de las frases más bellas y más verdaderas que se hayan escrito nunca. Si uno fuese un caballero de la Tabla Redonda la haría poner en el escudo para consuelo propio, y la pasearía por el mundo, desde Escocia a Tierra Santa, para admiración y edificación de los pobres hombres. En realidad la escribió San Agustín, aunque la reescribió Nietzsche. Los que sufren suelen siempre hablar de lo mismo y casi siempre con las mismas palabras, por eso pueden dos personas tan diferentes como ellos haber concebido algo tan parecido. La frase de san Agustín decía:”Es malo sufrir, pero es bueno haber sufrido”, y la de Nietzsche:”Todo lo que no acaba conmigo me hace más fuerte”.
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Volví a experimentar algo parecido hace uno o dos años, una tarde, al volver de la consulta de un médico. Llevaba en la mano un sobre grande, de color marrón, con la ecografía que acababan de hacerme. El ecógrafo, con ese tacto tan fino que caracteriza a algunos médicos, no me había dicho nada, si estaba sano o si me iba a morir en tres o cuatro meses. Me había dicho sólo:"Ya se lo dirá su médico”. Allí estaba yo, en el metro, camino de mi casa, aniquilado, con aquel sobre en el que no podía leer nada, desentrañando el sentido de aquella frase desoladora y brutal, mirando a la gente, que, indiferente a mi congoja, estaba pendiente sólo de la estación a la que íbamos llegando, para salir huyendo. Fue cuando empecé a suponer que quizá todo el mundo llevara en ese momento una radiografía o algún fatal diagnóstico en la cartera que les impedía atender a mi dolor, o que marchaban hacia exámenes de verdad, no como aquellos míos de la juventud, sino hacia humillaciones dolorosas, o vidas sin esperanza, o amores irreparablemente rotos en guaridas inhóspitas, en habitáculos sofocantes.
Ha pasado el tiempo. No creo que la adversidad le haya hecho a uno mejor ni más fuerte. Quizá sí o quizá no. Quién sabe esas cosas y, sobre todo, ¿para qué serviría saberlas? A veces, no obstante, en un vagón de metro, en el autobús, al cruzar una calle, en la barra de un bar, tropiezan dos miradas llenas de angustia. Pero cosa curiosa: la suma de adversidades produce a veces un misterioso coraje, casi alegre y terrible, el que nos lleva a seguir viviendo, a no pensar en el dolor, a imaginar que nada acabará con esa fe que sólo pone uno al empezar de cero.
Perfecto para la época de exmanes que estamos viviendo. Me encanta.
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