La mortaja no tiene bolsillos


La Muerte de Ivan Ilich es un libro que me gusta mantener cerca de mi. Lo leí hace cuatro o cinco años y no he vuelto a hacerlo, pero sí que he visitado con relativa frecuencia sus dos últimas páginas. Me encantan.
En cuanto al argumento de esta novela corta explico que Ivan Ilich es un fiscal del Tribunal Supremo cuya máxima aspiración es alcanzar un puesto de relevancia dentro del imperio y convertirse en una persona influyente. Un día descubre que está enfermo y que inevitablemente tendrá que enfrentarse a su muerte, lo que le lleva a darse de bruces con su propia vida. Se da cuenta entonces de que "nada es como debió ser". Afanosamente consiguió éxito profesional, riqueza y un estatus social respetable, pero no se percató hasta el final de que la mortaja no tiene bolsillos y de que ninguno de esos bienes le seguirían a la muerte.
Tolstoi describe en las dos últimas páginas los últimos momentos de la vida de Ivan Ilich retratando la lucha interna del protagonista consigo mismo momentos antes de su muerte.

"Desde aquel momento comenzó el grito, ininterrumpido durante tres días, tan espantoso que ni tras dos puertas cerradas era posible oirlo sin horrorizarse. En el instante en que contestó a su mujer comprendió que era hombre perdido, que para él no había retorno, que había llegado el fin, el fin último y la duda no estaba resuelta, permanecía siendo duda(...) Sentía que su tortura se debía a que penetraba en aquel agujero negro y, más aun a que no podía deslizarse en él. Meterse se lo impedía el reconocimiento de que su vida había sido buena. Esta justificación de su vida se apoderaba de él y no le dejaba avanzar, era lo que más le torturaba.
No, nada fue como debía ser -se dijo- mas no importa. Es posible hacer lo debido, es posible. ¿Qué es lo debido? se preguntó, y de repente se quedó inmovil(...) Entonces sintió que alguien le besaba la mano. Abrió los ojos y vio a su hijo. Los estoy torturando- pensó. Les doy pena, pero estarán mejor cuando me muera. Quería decir estas palabras, pero le faltaban fuerzas para pronunciarlas. Para qué hablar, es necesario obrar- pensó. Hizo una señal a su mujer, indicando al hijo con la mirada y dijo: Llévalo..., da pena..., y tu...- Quería añadir "perdona", pero dijo "permite" y sin fuerzas para rectificar, movió la mano sabiendo que comprendería quien debía comprender.
De pronto vio con claridad que lo que le acongojaba sin encontrar salida, salía todo de una vez y lo hacía por dos partes, por diez, por todas partes(...) ¿Y el dolor?-se pregunto-¿Dónde se ha metido?¿Dónde estás dolor? Se puso a escuchar atentamente. Aquí está. Bien, que duela. ¿Y la muerte? Buscó su habitual miedo a la muerte y no lo encontró(...)No tenía miedo de ninguna clase porque tampoco ella existía. En vez de la muerte había luz(...) ¡Se ha terminado!-exclamó alguien. El oyó estas palabras y las repitió en su alma. Se ha terminado la muerte -se dijo- Ya no existe. Aspiró el aire, se detuvo a media aspiración y falleció."

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