Viena: 1900

Adolf Hitler definió la ciudad de Viena como una apreciada perla a la que engarzar en su valioso collar imperial. El eclecticismo que rezumaban sus edificios, la pomposidad que contenían sus fachadas, la suntuosidad con la que la línea curva decoraba el mobiliario urbano. Todo ello reflejaba el estilo de vida vienesa fastuosa. Una vida anclada en el recuerdo de su glorioso pasado pero con pocas vistas a un futuro prometedor. Sus calles desprendían el dulce aroma del adorno que había embelesado a la vieja burguesía prisionera del imperio de Francisco Jose. Viena parecía estar condenada a girar eternamente sobre su mismo pasado, de la misma manera que lo hacían los discos de sus afamados compositores o sus gentes con el vals en sus recepciones. Pero no todos se dejaron embaucar por los caprichos de la excéntrica sociedad.

Ninguna persona mejor que el propio ciudadano vienes, como era Ernest Gombrich, puede expresar el fenómeno que aconteció en la Viena de 1900: “ El afán de superar a la generación anterior es lo que hace que haya Historia del Arte” . Y es que fue precisamente ese afán de liberar a Viena del adorno, lo que aunó a una generación de artistas jóvenes que desencadenaron una de las mayores revoluciones artísticas conceptuales: el arte moderno.

¿Por qué inspirarse en otros estilos del pasado y no crear uno propio?. El comienzo de siglo requería un estilo nuevo que liberase a la ciudad de la fantasía de la imaginación para manifestar la confianza en la ciencia y en el progreso que transmitía el empleo de la línea recta. Ese progreso racional, apelaba a la línea, a la sobriedad. Como decía Hermann Bach: “Mejorar el gusto estético del país para que viva mejor”.

En la arquitectura esta confianza en el progreso que depositaban los jóvenes se tradujo en desnudar las fachadas de mármol y abrir en ellas amplios y simétricos ventanales, como lo hizo Adolf loos con su Sastrería Goldman&Salatsch. En el caso de los interiores, el yeso, el hierro y el cristal se combinaban con tal sobriedad y simplicidad que el “mismísimo” progreso se hacia presente en una cotidiana casa de correos, como lo quiso transmitir Otto Wagner.

Freud utilizó su diván para desenmascara los males que arrastraban aquellos “payasos tristes” escondidos detrás de la mascara del “adorno” y los pintores; lo hicieron a través de sus lienzos. Las angustias que arrastraba aquella sociedad obsesionada con la muerte fueron liberados mediante el dibujo incorrecto, la acuarela de tonos oscuros y el carboncillo de Schiele y klimt los trató de cifrar a través de musas enigmáticas que entonaban el Himno de la Alegría de beethoven en el edificio del arquitecto Olbrich, sede de la Secesión . Con esta retrospectiva podemos concluir, al igual que lo hace el documental: la Historia se puede contar por medio de la Historia del Arte.

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