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Desencuentros con Bob Dylan



Tengo una experiencia con Bob Dylan que no me ha ocurrido antes con ningún personaje. Miento, me ha ocurrido con Wilde. Si se escribiese una novela relatando a cualquiera de estos dos personajes...sin duda sería una gran novela.
A veces he imaginado un encuentro entre Dylan y yo, creo que podría escribir un libro entero sólo con esa escena. Estoy convencida de que me resultaría un encuentro poco satisfactorio, aunque me gusta imaginarme que no. Bob Dylan, al igual que Wilde, se ama profundamente, creo que es el mayor de los dolores de un artista que conoce su genio.
Si me encontrara con él en un café de Greenwich Village en los años 60 creo que, en realidad, no habría un encuentro y estoy hablando de un desencuentro con Dylan. No me importa, lo observaría desde mi posición y a partir de esta, imaginaría encuentros con el artista en los que, principalmente, hablaríamos de él. En estos encuentros imaginarios dentro de una escena igualmente imaginaria, lo observaría, lo escucharía y entonces trataría de hacerle comprender tal o cual cosa. Sacaría el maternalismo que es propio de las mujeres y entonces, la conversación se volvería tibia, carente de interés, por haber intentado cambiar lo que hace de él un artista. Un nuevo desencuentro dentro del encuentro.

Bob Dylan es una especie de paradoja hecha ser humano que no termino de entender y que, a mi modo de ver, es su atractivo principal. Al comenzar su carrera era una especie de niño adulto y ahora, 50 años más tarde, es un viejo adolescente. Dylan reunía en sus inicios la confusión de la adolescencia y la sabiduría de la edad adulta en una misma personalidad. Se mostraba indiferente a las preguntas de los medios y creaba desconcierto. Se pronunciaba a través de sus versos y no decía nada más, todo lo que tenía que aportar ya estaba dicho. Nadie sabía muy bien qué quería decir con sus canciones, pero todos intuían que era algo importante. Yo creo que Bob decía exactamente lo que quería decir. Pensaba algo y lo decía.

Los jóvenes americanos creían en su música, que suponía un redescubrimiento del folk, del country, del blues, del gospel americanos que Dylan personalizaba sin perderles el respeto. Creían en su voz rasgada que rompía con la norma de los cantantes con voces inmaculadas y que aportaba sinceridad a su paradojicamente confuso discurso. Creían en sus letras, que abordaban temas sociales y filosóficos con influencias literarias.
Sin embargo, a Dylan no le importaba. Él se debe a su público, pero su música nunca ha sido de su público. Siempre lo han criticado, pero, su música se ha mantenido imperecedera. Dylan reinventó primero la música americana y ahora se reinventa a sí mismo constantemente en la transformación de sus canciones que siempre serán suyas porque solamente él puede hacer que una canción siga siendo la misma de mil formas diferentes.
Probablemente nunca entenderé a Dylan, por eso me encanta.
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Noches blancas


Hace semanas recordé esta historia de amor que leí por recomendación de mi hermano mentor cuando era todavía niña. Cogí "Noches blancas" de la estantería de mi habitación y la llevé conmigo en mi equipaje para volver a leerla esta tarde de domingo en la que he dejado de hacer varias cosas que tenía pensado dejar preparadas para la semana que acontecerá.

No he podido resistirme. El recuerdo de esta historia, el que hace unos pocos días alguien volviera a hablarme de ella en el salón de mi piso de estudiante y el post de mi amiga acerca de su soñada cafetería, han hecho que volviera a leer este cuento de Dostoyevsky una vez más.

A medida que la he ido leyendo he recuperado el recuerdo de esta historia. Me encanta cómo empieza: "Era una noche maravillosa, una de estas noches, amable lector, que quizá sólo existen en nuestros años mozos. El cielo estaba tan estrellado, tan luminoso, que mirándolo no podía uno menos de preguntarse: ¿pero es posible que bajo un cielo como éste pueda vivir tanta gente atrabiliaria y caprichosa? Ésta, amable lector, es también una pregunta de los años mozos, muy de los años mozos, pero Dios quiera que te la hagas muy a menudo".

Me gusta poder recuperar una historia en apenas dos horas. Me encantan los cuentos. Historias breves que narran vidas enteras. Este cuento habla de un joven solitario, un soñador, que conoce a Nastenka, una joven a la que desde hace dos años su abuela mantiene prendida a su vestido con un alfiler. Es una muchacha sin estudios, una niña inocente que espera al hombre del que está enamorada desde hace un año, cuando este se marchó de la habitación que la abuela de Nastenka le tenía alquilada prometiéndole que pasado un año volvería y se casaría con ella.

Los protagonistas de esta historia se encuentran durante cuatro noches blancas y el narrador y protagonista de esta historia, el soñador, dice "Hay en mí tan poca vida real, los momentos como este, como el de ahora, son para mí tan raros que me es imposible no repetirlos en más sueños". Es un cuento sentimental, lleno de melancolía y romanticismo que habla de los que solemos trasladarnos con facilidad al mundo de los sueños y de cómo soñamos entonces con un momento de realidad que como dice Dostoyevsky en boca de su personaje, nos sería imposible no repetir en más sueños.


Es domingo y llueve, qué más puedo decir.



Me ha gustado mucho esta entrada de un blog que he encontrado al buscar la fotografía del post.