2. La elegancia del erizo. En el número 7 de
Salto a la gran pantalla
Que llueva, que llueva
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The times they are a-changing
(Hay un vídeo de la canción al final del post. Te aconsejo que la escuches mientras lees la letra y que después vuelvas a leerla una y otra y otra vez.)
Come gather round people wherever you roam
And admit that the waters around you have grown
And accept it that soon you´ll be drenched to the bone
If your time to you is worth saving
Then you better start swimming or you´ll sink like a stone
For the times they are a-changing
Come writers and critics who prophesice with your pen
And keep your eyes wide, the chance won´t come again
And don´t speak too soon for the wheel´s still in spin
And there´s no telling who that it´s naming
For the loser now will be later to win
For the times they are a- changing
Come senators, congressmen, please heed the call
Don´t stand in the doorway, don´t block the hall
For he that gets hurt will be he who has stalled
There´s a battle outside and it´s raging
It´ll soon shake your windows and rattle your walls
For the times they are a-changing
Come mothers and fathers throughout the land
And don´t criticise what you can´t understand
Your sons and your daughters are beyond you command
Your old road is rapidly aging
Please get out of the new one if you can´t lend your hand
For the times they are a-changing
The line it is drawn, the curse it is cast
The slow one now will later be fast
As the present now will later be past
The order is rapidly fading
And the first one now will later be last
For the times they are a-changing
Divagación acerca del arte del siglo XX
A principios del siglo XX comienzan las corrientes de vanguardia con la intención de romper con el academicismo artistico que pretendía la representación fiel de la realidad. La aparición en escena de la fotografía y el cine impulsará la negación de la tradición artística y a partir de esta, el arte se convierte, al menos así lo entiendo yo, en una manifestación de la visión del artista ante la vida y por tanto en una vía de autoafirmación.
Caperucita y el lobo machista
Hoy me he levantado con talante. Como después de haber publicado El pequeño hoplita –un cuento sobre un niño en las Termópilas, que tanto debe a su magnífico ilustrador, Fernando Vicente– le tomé el gusto a la narrativa infantil, he decidido echar un cable. Ayudar a que nuestra ministra de Igualdad y Paridad, Bibiana Aído, rubia joya de la corona, haga realidad su bonito proyecto de conseguir que los cuentos tradicionales para pequeños cabroncetes sean desterrados de escuelas y hogares, y dejen de ser un reducto machista, sexista y antifeminista. O que, expurgados y reconvertidos a lo social y políticamente correcto, contribuyan, ellos también, a la formación de futuras generaciones de ciudadanos y ciudadanas ejemplares y ejemplaras. Como está mandado.
Al principio pensaba hacerlo con el cuento de Blancanieves y las siete personas de crecimiento inadecuado; que, como sostiene Bibiana, requiere, título aparte, una remodelación general urgente. Pero ciertos indicios de intolerable violencia machista en la casita del bosque, como que sea una mujer quien cargue con todas las labores del hogar, o que no haya paridad de sexos en el número de individuos que trabajan en la mina –su número impar complica además el asunto–, me decidieron a dejarlo para más adelante. Lo intenté luego con La soldadita de plomo y ploma; y no es por echarme flores, pero lo tenía casi resuelto. Una soldadita de plomo de la ULFF –Unidad Legionaria Femenina Feroz–, terror de los talibanes afganos y de los piratas del Índico, impedida en su extremidad locomotriz por haber caído poco metal en el molde cuando la fundían. O sea, incompleta física de una pierna, para entendernos. O no. Lo que antes se decía, en jerga fascista, coja. Y que, desde su repisa en el cuarto de juegos de una niña, se enamora de un bailarín de ballet de papel maché que está enfrente, puesto tal que así, de puntillas, y que tiene una bonita lentejuela de plata en el prepucio. Se lo leí a mi hija por teléfono, a ver qué tal iba la cosa; pero al llegar a lo de la lentejuela me aconsejó dejarlo. Te van a malinterpretar, dijo. Así que al final me decidí por un clásico inobjetable: Caperucita Roja. Y está feo que lo diga, pero la verdad es que lo he bordado. Creo.
Caperucita Roja camina por el bosque, como suele. Va muy contenta, dando saltitos con su cesta al brazo, porque, gracias a que está en paro y es mujer, emigrante rumana sin papeles, magrebí pero tirando a afroamericana de color, musulmana con hiyab, lesbiana y madre soltera, acaban de concederle plaza en un colegio a su hijo. Va a casa de su abuelita, que vive sola desde que su marido, el abuelito, le dio una colleja a Caperucita porque no se bebía el colacao, ésta lo denunció por maltrato infantil, y la Guardia Civil se llevó al viejo al penal de El Puerto de Santa María, donde en espera de juicio paga su culpa sodomizado en las duchas, un día sí y otro no, por robustos albanokosovares. Que también tienen sus necesidades y sus derechos, córcholis. El caso es que Caperucita va por el bosque, como digo, y en éstas aparece el lobo: hirsuto, sobrado, chulo, con una sonrisa machista que le descubre los colmillos superiores. Facha que te rilas: peinado hacia atrás con fijador reluciente y una pegatina de la bandera franquista, la de la gallina, en la correa del reloj. Y le pregunta: «¿Dónde vas, Caperucita?». A lo que ella responde, muy desenvuelta: «Donde me sale del mapa del clítoris», y sigue su camino, impasible. «Vaya corte», comenta el lobo, boquiabierto. Luego decide vengarse y corre a la casa de la abuelita, donde ejerce sobre la anciana una intolerable violencia doméstica de género y génera. O sea, que se la zampa, o deglute. Y encima se fuma un pitillo. El fascista. Cuando llega Caperucita se lo encuentra metido en la cama, con la cofia puesta. «Que sistema dental tan desproporcionado tienes, yaya», le dice. «Qué apéndice nasal tan fuera de lo común.» Etcétera. Entonces el lobo le da las suyas y las de un bombero: la deglute también, y se echa a dormir la siesta. Llegan en ésas un cazador y una cazadora, y cuando el cazador va a pegarle al lobo un plomazo de postas del doce, la cazadora contiene a su compañero. «No irás a ejercer la violencia –dice– contra un animal de la biosfera azul. Y además, con plomo contaminante y antiecológico. Es mejor afearle su conducta.» Se la afean, incluido lo de fumar. Malandrín, etcétera. Entonces el lobo, conmovido, ve la luz, se abre la cremallera que, como es sabido, todos los lobos llevan en la tripa, y libera a Caperucita y a su provecta. Todos ríen y se abrazan, felices. Incluido el lobo, que deja el tabaco, se hace antitaurino y funda la oenegé Lobos y Lobas sin Fronteras, subvencionada por el Instituto de la Mujer. Fin.
Hojas en blanco
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Sudáfrica
Hoy es el aniversario de uno de los hitos que marcó los comienzos del apartheid en Sudáfrica. Hace hoy 34 años, miles de estudiantes salieron pacíficamente de las escuelas de Soweto con la intención de llegar al Orlando Stadium. ¿Por qué protestaban? Por la igualdad, porque gobierno había decidido suprimir las clases de inglés para los estudiantes negros y que se ensenara sólo en afrikáner. Esta sería la penúltima ley antirracista en el país.
Reflexión de un relato no acabado
Paseé la mirada por la inmensa estantería desbordada de libros. Me pregunté qué habría en el interior de esos tochos. Me hice consciente de que no estaba sólo ante un montón de páginas escritas, sino que lo que miraba eran decenas, cientos de historias mejor o peor contadas por alguien, en un momento determinado de nuestro transcurrir, que habían ido a parar a aquella biblioteca. En ella se apretujaban unas a otras conservando cada una con celo el espacio que le pertenece por derecho, ese que necesita una historia para cumplir su propósito, el de ser contada.
Así comencé una vez un relato que quiso hablar de lo pequeña que se siente una persona ante la inmensidad del conocimiento, de la importancia de saber elegir adecuadamente lo que lees, del necesario ejercicio de superar el esfuerzo que requiere la lectura de un libro, de la inmediatez como valor supremo en nuestra sociedad que dificulta la detallada lectura de un buen libro y de la necesidad que nos hemos creado de consumir y desechar historias a un ritmo desenfrenado. Demasiadas cosas para contar en un solo relato, quizá por eso nunca lo terminé.
A veces, me sorprendo a mi misma pasando las páginas del libro con la única intención de llegar al final de la historia. Ayer mismo pensé en esto mientras leía la novela de Delibes, "Mi idolatrado hijo Sisí", maravillosamente bien escrita y sobre cuyas páginas deslizaba la mirada con rapidez sin detenerme ante su estilo. Entonces me vino a la cabeza ese relato nunca escrito y todas esas cosas que quiso decir.
Por otro lado, he estado pensando en las consecuencias de la democratización de la literatura, que favorece que cualquiera hoy pueda publicar un libro sin excesiva dificultad. Esto unido a una creciente necesidad de expresión por un deseo en auge de autoafirmación nos ha llevado a nadar en un mar de mala literatura.
A lo que voy es a decir que elegir es cada vez más difícil y disfrutar de lo bueno, dadas las circunstancias, también.
La última cima
Llego ahora de ver la película de la que he hablado antes, "La última cima". La verdad es que lo que se me ocurre decir es , simplemente, que merece la pena verla y que creo que va a hacer mucho bien.
Normalmente, cuando sales del cine tienes que hacer el pequeño esfuerzo mental de volver al mundo real, muchas veces con pocas ganas porque las películas te llevan a mundos apasionantes de los que uno no querría moverse porque las vidas de los personajes parecen más interesantes, más dinámicas y más sencillas que la propia. Pues bien, esta película te transporta a una vida estupenda igual que tantas películas, con la diferencia de que cuando sales del cine te das cuenta de que esa vida que se refleja en la película es la vida real.
No quiero decir más pero sí animaros una vez más a verla para poder ratificar lo que os digo.
Fin, cima y facultades
Sé que puede parecer que estoy cambiando de tema radicalmente pero ayer, además de haberme preguntado por este señor, haberle envidiado y haber querido conocerle y mantener largas conversaciones con él sobre la vida en general, vi una entrevista que hicieron en un programa de Tve2 que se llama "Últimas preguntas" al director de la película- documental "La Última cima", que precisamente se estrena hoy en mi ciudad, Vitoria.
Me ha parecido que Juan Manuel Cotelo decía cosas muy interesantes y hermosas. Lo que más me ha gustado es lo que dice al final de la entrevista. Resumiendo, que si algo se puede concluir de este documental que retrata cómo era el sacerdote Pablo Dominguez, fallecido el 15 de febrero de 2009 en el Moncayo, es que uno no puede decidirse de pronto a ser un gran músico, un gran escritor o un gran matemático, ya sea por la carencia de facultades o por no haber potenciado el desarrollo de estas. Sin embargo, todos los seres humanos estamos capacitados para poco a poco ir haciendo las cosas un poco mejor: ser más generosos en un momento determinado, sonreir a alguien, tener un detalle de cariño con una persona etc. Estas palabras me han convencido porque he pensado que probablemente mi fin se asemeja más a este tipo de perfeccionamiento que al de convertirme en un Bob Dylan, un Oscar Wilde o un Poincare de la vida. Aunque, ¿ te imaginas poder conseguirlo todo? ser como Wilde, Dylan y Poincare, al mismo tiempo y además, ser una gran persona, estoy segura de que algo fallaría.
Os aconsejo que veáis la entrevista, merece la pena. Es posible que vaya hoy a ver la película así que ya haré una humilde crítica.
http://http//www.rtve.es/mediateca/videos/20100606/ultimas-preguntas/791480.shtml