El sábado pasado tuve la oportunidad de pasar la tarde con una mujer impresionante. Por su apariencia externa podría parecer que no hay nada especial en ella: unos 50 años, castaña y no muy alta (aunque no puedo decirlo con exactitud porque hablaba con nosotras tumbada en su cama). Su voz suave y su hablar tranquilo, como muchos de los guatemaltecos.
Ella es la mujer de un embajador de Guatemala y como tal ha tenido que vivir en Rusia durante 15, donde reconoce haber vivido los años más felices de su vida. “Una ciudad impresionante”, afirma, “cuando te acostumbras a la comida, al frío y la gente”. Hasta aquí parece alguien sin nada especial, salvo ser la mujer se un embajador, pero me falta un detalle: lleva 3 años enferma de cáncer y los médicos afirman que no tiene cura.
La hora y media que estuve con ella no paró de sonreír y nos dijo que “lo importante no es cuántos años vivamos o los días que nos quedan de vida, lo importante es ser feliz”. Escuchar estas palabras de cualquier persona hoy en día es chocante, pero más si te lo dice una mujer que es consciente de su situación y seguro que – aunque no lo mencionó ni de pasada- ha sufrido mucho. Y yo veo hoy en día un grupo enorme de gente, dentro del que a veces me incluyo, que se queja de todo: del sol o de la lluvia, de este o aquel plan, de la clase que tengo hoy y de lo que tengo que estudiar mañana.
¿Por qué no dejamos de lamentarnos por lo que nos falta o nos molesta y pensamos un poco más en ser felices? Felices de verdad. ¿Saben cómo se consigue eso? Una mujer de Guatemala me lo ha enseñado con su ejemplo, se consigue olvidándonos un poco de nosotros mismos.
Marta García Centenera
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